Antes del amanecer, Shoda, un joven indio de 29 años, sale en bicicleta para ir a trabajar en el campo en Latina, una importante provincia agrícola en el sur de Roma y una de las más productivas de Italia. Es uno de los muchos migrantes explotados como mano de obra barata en la zona, la gran mayoría, según los sindicatos.
Este joven indio de la región de Punjab -como gran parte de los migrantes en Latina- recorre cada día los 20 kilómetros entre su barrio rural de la localidad de Aprilia y los verdes campos de Latina, donde recoge fruta y verdura de temporada desde su llegada a Italia hace dos años.
Shoda, uno de los 30.000 miembros de la comunidad india de la zona, asegura estar contento con su trabajo, aunque solo cobra unos 6 euros la hora -por debajo de los cerca de 10 que marca el convenio agrícola-, pero se muestra indignado por la muerte la semana pasada de su compatriota Satnam Singh tras un grave accidente en una finca de la región.
“Tratados como animales”
Tras verse arrollado por una máquina que le cortó el brazo, Singh fue abandonado en la calle junto a su miembro amputado por su jefe, que lo dejó morir por una hemorragia que se habría contenido si hubiera recibido la atención médica necesaria.
“Le trataron como un animal”, denuncia a EFE Shoda, que los últimos días salió a protestar por una tragedia que ha vuelto a poner el foco en la explotación laboral de los migrantes, muy común en Latina, una zona con unos 30.000 trabajadores agrícolas, el 70 % de ellos extranjeros y muchos irregulares y sin contrato.
Andrea Coinu, miembro del sindicato CGIL, el más grande de Italia, sale estos días de madrugada para hablar con los migrantes que parten al alba para ir a trabajar.
En una furgoneta con una decena de sindicalistas más, recorre los campos y pueblos repletos de árboles fruteros y cultivos para informarles de sus derechos laborales frente a la “extendida impunidad” de propietarios y empresarios agrícolas que, asegura, culminó con la trágica muerte de Singh la semana pasada.
Desde ese incidente, en la zona “hay mucha tensión y miedo, tanto por parte de trabajadores como empresarios”, dice Coinu, que reparte panfletos y habla con jornaleros indios de religión sij con el apoyo de una traductora poco antes de que les recojan para ir al campo.
Aún de madrugada, pasan otras furgonetas con más trabajadores. Según la CGIL, van al trabajo acompañados por capataces, una muestra más del ‘caporalato’, un sistema muy difundido en la agricultura italiana -afectaría a un 40 % de empleados en el centro y sur del país- y que ha sido imperante en Latina pese a estar vetado por ley desde hace años.
Se basa en emplear mano de obra barata por vía de capataces -parte de ellos de la comunidad migrante- que escogen a los trabajadores y se quedan con parte del dinero que el patrón ofrece como jornal.
Una víctima del ‘caporalato’
Ante la polémica por la muerte del jornalero indio, una nueva víctima del ‘caporalato’, el Gobierno de extrema derecha de Giorgia Meloni insistió en los últimos días en su rechazo a ese sistema, mientras sindicatos, parte de la comunidad migrante y la oposición política acusaban al Ejecutivo de inacción.
“Hay personas que solo cobran cuatro euros la hora pese al trabajo extenuante del campo”, dice Coinu, que espera que, tras la tragedia de Singh, “las autoridades inviertan realmente tiempo en cambiar las cosas” en un sector “muy basado en la explotación”.
Según denuncia, de todo ello se lucran los patrones de Latina, un área de tradición fascista poblada por colonos del norte de Italia en un proyecto que puso en marcha Benito Mussolini en los años treinta.
La zona tiene muchos recursos hídricos, lo que hace de Latina una de las grandes áreas de producción de kiwis de Europa, así como de viñedos y cultivos de melones, tomates o pepinos.
“Es un trabajo fatigoso, pero hace falta hacerlo para mantener a la familia”, dice a EFE otro migrante indio de unos 50 años que se encamina en bici a trabajar y se queja de las malas condiciones.
Según explica, cambia de cultivos y de patrón según la recolección de temporada, aunque a diferencia de muchos otros que deben trabajar de forma clandestina, tiene permiso de trabajo y una situación estable.
Eso buscan tres jóvenes tunecinos, esperanzados en mejorar su futuro en Italia, mientras sale la luz del sol y esperan en la esquina de una carretera rural a que un vehículo les recoja para ir a trabajar una tierra ajena.
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Prensa LOV/CCGuerra