La nueva Siria necesita expertos y recursos para poder abrir «decenas» de fosas comunes con supuestas víctimas del régimen de Bachar al Asad, un proceso que el responsable de este asunto en los Cascos Blancos, Ammar al Salmo, prevé «largo, largo, largo» al dar por muertos a la mayoría de decenas de miles de personas aún desaparecidas.
Hasta el derrocamiento del régimen hace cinco semanas, su grupo de 3.000 rescatistas actuaba como la Defensa Civil en las áreas opositoras, respondiendo a bombardeos de los que a menudo era también objetivo, y ahora está presente en todo el país con una misión mucho más amplia.
Apostados en los antiguos centros de bomberos de Al Asad, los Cascos Blancos proporcionan servicios de emergencia, marcan las zonas minadas y desescombran la destrucción de la guerra, pero también acuden a prisiones para buscar desaparecidos y manejan las fosas comunes que se van hallando.
Los órganos de seguridad del régimen de Al Asad están acusados de hacer desaparecer a decenas de miles de personas durante el conflicto iniciado a raíz de las revueltas populares de 2011 en su contra, 30.000 de las cuales aparecieron al abrirse las antiguas cárceles manejadas por su Gobierno, mientras muchísimas más continúan en paradero desconocido.
«Creo, esto es en mi opinión, que la mayoría de ellos fueron asesinados porque la mayor parte de estos prisioneros que fueron liberados habían sido detenidos en 2017 o después. ¿Qué pasa con aquellos que fueron detenidos antes de 2017, en 2011 o 2012? Nada sobre ellos», consideró Al Salmo en una entrevista con EFE.
Una misión titánica
También miembro de la Junta directiva de los Cascos Blancos, Al Salmo lidera a los equipos forenses que desde hace semanas se encargan de la recolección y gestión de los cadáveres más recientes, así como de las víctimas de «ejecuciones en terreno» que van apareciendo al aire libre en zonas «desiertas».
Sin embargo, saben que para poder empezar a abrir las fosas comunes recién halladas les faltan desde «antropólogos» hasta laboratorios de ADN. «Desde el principio, pedimos a la gente que no abran fosas comunes, porque necesitamos expertos, necesitamos equipamiento», explicó.
«No abrimos fosas, pero a veces la gente va y las abre porque están buscando a sus hijos, a veces mujeres y hombres escuchan que su hijo está allí y comienzan a abrirla. Cuando las abren y sacan a algunas personas, respondemos y nos llevamos ese esqueleto», agregó el responsable.
Al Salmo alerta de que buscar a los desaparecidos en estas tumbas comunales será una misión «difícil», que se presenta como «larga, larga, larga».
Requiere que sus equipos entrevisten a las familias de «cada uno» de los desaparecidos para recabar información que pueda ayudar a la «identificación no genética», desde su edad hasta la presencia de un puente dental o un implante de metal en alguna parte del cuerpo.
«Necesitamos recursos porque estamos hablando de decenas de fosas comunes y el régimen es muy experto en esconder la verdad. Enterraban a gente en las fosas comunes, luego las abrían y trasladaban los esqueletos a otro lugar para encubrir la verdad», advirtió.
Es consciente de que en muchos casos nunca lograrán identificar a las víctimas y aventura que con suerte quizás puedan poner nombre y apellidos a unas 10.000 de ellas, pero aún así ve imprescindible abordar este proceso de años hacia la rendición de cuentas.
«Tenemos que tener un mecanismo porque esto es como una mitigación para los sentimientos de la gente, para el enfado de la gente. Podríamos tener una guerra civil, pues todos los días hay personas que cavan y exhuman cuerpos, esto puede desencadenar ira y quizás problemas sectarios», sentenció el casco blanco.
«No podemos decirle a la gente que se olviden de sus hijos», zanjó.
Una nueva era
Al Salmo es miembro de los Cascos Blancos desde su fundación en 2013 y lideró equipos de rescate en el noroeste del país, donde hasta hace poco se concentraban los últimos bastiones opositores del país, «constantemente» bombardeados por el régimen de Al Asad.
Durante años, su organización, enclaustrada en esa «pequeña» región, se dedicó a proporcionar «siempre, siempre» servicios de emergencia y a socorrer a las víctimas de ataques que a menudo se repetían cuando ellos habían llegado al lugar.
«Antes era muy arriesgado, porque si respondías a ataques podías morir en lo que llamamos dobles bombardeos. Más de 300 de nuestros voluntarios murieron, la mayoría asesinados en ataques dobles a lo largo de estos diez años», lamentó el responsable.
«Ahora podemos trabajar sin miedo a que alguien nos ataque o a que los cazas en el cielo nos bombardeen. Siempre teníamos los ojos en el cielo y estábamos escuchando por los ‘walkie-talkies’ para ver si había ataques o preparativos para ello», relató Al Salmo.
Ahora, su misión es menos peligrosa, pero «más difícil» pues afrontan una etapa de «recuperación» en el país con un equipo saturado de trabajo hasta el punto de que muchos, tras años desplazados, aún no han podido visitar sus localidades de origen desde el derrocamiento de Al Asad.
«Si vamos a continuar proporcionando estos servicios, tenemos que reclutar más números, pero esto requiere apoyo, requiere dinero», concluyó.
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Prensa LOV/CCGuerra