Los calificativos de histórico, excepcional, coyuntural, que le damos muchas veces a diversas situaciones, momentos o personas, nos hacen parecer repetitivos y arriesgamos a perder lo importante que queremos señalar.
Este año, el tercero del segundo decenio del siglo XXI, se inicia con grandes complejidades. Una importante, es el gran riesgo de confrontaciones globales que están sobre el tablero, consecuencias más graves y espantosas que la pandemia vivida. Los puntos focales se ubican en el conflicto Ucrania-Rusia, igual que en las advertencias que constantemente nos hacen sobre Taiwán y China.
En el caso de Venezuela, luego de un crecimiento en el 2022 que asombró a muchos expertos, nos encontramos en una franca posibilidad de recuperación y crecimiento sostenido. La salida de los primeros cargamentos de crudo de Chevron ha sido un aliciente para muchas empresas que ven en esta reapertura una oportunidad para sus negocios, y en el fondo representa una esperanza para nuestro pueblo. El fin de las sanciones nos obliga más a la racionalidad de los sectores de la oposición. Apartar la ilusión aventurera de los marines o el «hasta que se vaya» que causó dolor a muchos y es en parte, variable interviniente de nuestros males.
Tenemos una vuelta a la racionalidad política necesaria para la oposición y para el país, incluso necesaria para el propio ejercicio de gobierno dentro de los equilibrios que pauta nuestra constitución. Obliga al juego político, al juego electoral a quienes quieren ser alternancia en el poder nacional. Pero así como debería tener ese efecto de racionalidad y replanteamiento en la oposición venezolana, el país espera, de seguro sus propuestas de construcción, más allá de vilipendios y lugares comunes del odio.
También nos obliga esta nueva circunstancia a quienes tenemos responsabilidades públicas, para el trabajo con resultados, a la eficiencia, a la administración ética ejemplar. Se va a definir el futuro por nuestra capacidad para trabajar por todos y ganar el afecto, el respeto de las mayorías. Y entre nosotros, entre los bolivarianos, la unidad como razón esencial. La unidad en torno a los ideales más nobles, a los propósitos mejores. La unidad alrededor de nuestro líder y candidato a la reelección.
Nos obliga igualmente a la disciplina y a la revisión para que la unidad no sea excusa de convivencia con errores y desviaciones. El funcionamiento óptimo dentro de la ley y los reglamentos internos de nuestras organizaciones. Entre tanto, mientras avanzamos a toda máquina en esta carrera de ganar afectos y confianza, el desempeño de la virtud que nos reclamaba Kléber: La Audacia.
La aplicación de las sabias palabras de Simón Rodríguez: La Originalidad. Nuestro momento, nuestro paisaje, nuestra realidad de clima y de geografía. Para no sujetarnos a eslogan y a imitaciones. Ser originales y ser audaces. Eso nos corresponde a quienes nos decimos revolucionarios. Hacer lo necesario dentro de nuestros principios para lograr la estabilidad económica. Para garantizar al pueblo pan, ciencia y dignidad. Objetivos al pie de nuestros decretos discutidos años antes del cuatro de febrero de 1992.
Ser y parecer, para tener la aprobación de nuestra gente en un momento de disyuntivas. Dios quiera distinto a los vividos con escaramuzas y atajos no legales y riesgosos que han sumado como elemento a frustraciones y dolor de los venezolanos. Importante entonces este 2023. Lleno de esperanzas para la fe de nuestro pueblo que se amarra candoroso, sencillo y transparente este inicio de año a la Divina Pastora.
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FRANCISCO J. ARIAS CÁRDENAS
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