El laberinto de María Corina

El sol inclemente del trópico cae a plomo sobre Caracas, pero en el alma de María Corina Machado, la líder de la oposición venezolana, la temperatura es aún más abrasadora.

Convertida en una suerte de «General en su laberinto» garciamarquiano, se encuentra en una encrucijada existencial, obligada a calibrar cada paso en un tablero donde las fichas se mueven al ritmo de un poder que parece reírse de las reglas.

La fecha, 27 de julio, se cierne como un ultimátum: elecciones municipales. La disyuntiva, tan antigua como la lucha misma, la carcome: ¿mantener el llamado a la abstención o retomar la ruta electoral?.

El primer camino, el de la abstención, parece la opción más coherente con su discurso. Ha sido la bandera de la resistencia, el grito de que con esta «dictadura» no hay voto que valga. Pero, ¡ay!, el cálculo aquí es de una frialdad matemática que congela el alma.

Más que otra victoria «asumida» –ese eufemismo tan venezolano para la derrota encubierta–, la abstención ahora es, irremediablemente, la entrega del poder absoluto al oficialismo.

No hablamos ya de contención, de pugnas por espacios marginales.

Es la disolución. La desaparición de toda fuerza opositora que no resida, por un hilo cada vez más delgado, en su persona. Y el pobre Edmundo González Urrutia, esa figura simbólica, apenas un nombre en el vendaval, ya no cuenta en esta ecuación de supervivencia. La abstención, en este punto, no es una táctica; es el preámbulo del aniquilamiento.

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Pero si el laberinto ofrece una salida por el lado electoral, esta no es menos tortuosa. Participar en los comicios municipales sería, en esencia, entregar las llaves a esos liderazgos y partidos habilitados con tarjetas. Sí, aquellos que, a pesar de las purgas y las inhabilitaciones, aún conservan una mínima fachada legal para transitar por los vericuetos del sistema.

La esperanza, si cabe alguna, es que puedan tratar de frenar o, al menos, contener el llamado Estado Comunal, esa entelequia que amenaza con disolver la última pizca de autonomía individual.

Sin embargo, esta elección tiene un costo altísimo para la figura de Machado: perdería credibilidad a su línea discursiva. ¿Cómo explicar la participación después de abogar por la no legitimación? Y el golpe de gracia, para la estirpe de un caudillo, es que no podría imponer candidatos de su entorno. Sería un juego donde las reglas las pone el adversario y los jugadores los elige él.

En ambos escenarios, la verdad se impone con la fuerza de un rayo en cielo despejado: la única responsable de la debacle opositora sería ella.

No hay escapatoria. Si se abstiene, la culpa de la desaparición de la oposición, la entrega definitiva del país, recaerá sobre sus hombros. Si participa, la factura de la claudicación de su discurso, de la dilución de su influencia, también será suya.

El laberinto de María Corina no tiene salida fácil. Solo la elección de qué tipo de martirio es el menos doloroso para la historia, porque Venezuela ya no soporta más incertidumbre.

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Pero, ese es su problema. La solución ciudadana -no me cansaré nunca de escribirlo- es votar, porque en eso se fundamenta la democracia. Tú que me lees y yo, somos los garantes de mantener vivo nuestro derecho y deber constitucional por el bien de nuestro país.

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Sandy Ulacio

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