En esta contienda por la Gobernación del estado Zulia se libra una doble batalla. No solo compiten los aspirantes al máximo cargo regional, sino que también se juega la credibilidad de todo un aparato político, desde la cabeza de lista hasta el último candidato a diputado, sea nacional o regional.
Y es precisamente en este engranaje donde la falta de naturalidad y la ausencia de empatía pueden convertirse en un lastre fatal, hundiendo incluso a los contendientes más experimentados por ser una campaña muy corta donde no hay margen de error.
Tenemos en la palestra a dos figuras con trayectorias dispares, pero con un desafío común. Por un lado, un «portaaviones» de la política, cargado de experiencia y reconocimiento, pero cuya maquinaria puede sentirse bajo ataque por su postura a medirse en esta contienda electoral. Por otro, un alcalde con dos décadas de poder local, un «cacique» de su terruño, que busca expandir su influencia a un estado donde aún es, en gran medida, un desconocido.
Sin embargo, la verdadera grieta en sus aspiraciones podría no estar en sus propias figuras, sino en la legión de candidatos a diputados nacionales y regionales que los acompañan en el tarjetón electoral.
En muchos casos, estos aspirantes de la política adolecen de un pecado capital en tiempos de cercanía exigida: la desconexión con el terreno que aspiran representar y, ojo, no me refiero a condiciones socioeconómicas sino a falta de empatía.

¿Cómo puede un candidato a diputado nacional desconocer los circuitos por los que pide el voto? ¿Cómo puede un aspirante a la legislatura regional mostrarse ajeno a las necesidades palpables de las comunidades que busca representar?
Sus discursos suenan huecos, sus promesas carecen de la autenticidad que solo otorga el contacto directo con la realidad de la gente y por eso vemos visitas fugaces y mayor protagonismo de las estructuras parroquiales o de los delegados políticos que sí se han sembrado en cada espacio comunitario de los municipios zulianos.
Esta desvinculación de los candidatos a cargos legislativos se convierte en un peso muerto para los dos aspirantes a la gobernación.
El «portaaviones», por su envergadura, podría esperar que su arrastre sea suficiente, pero la ausencia de carisma de sus acompañantes puede enfriar el entusiasmo del electorado. El alcalde, por su parte, necesita desesperadamente construir puentes de confianza en un territorio nuevo, y una legión de candidatos distantes solo levanta muros de indiferencia a un modelo politico que ya viene con desgaste.
El llamado a la abstención es un eco que resuena aun con fuerza y, muy a pesar que los procesos regionales siempre tienen menor participación – electoralmente hablando- , esa impostura que aleja al político del ciudadano común, se suma a esta ecuación perjudicial. Los discursos ensayados, las sonrisas forzadas y la jerga tecnocrática no logran penetrar la barrera de la desconfianza. Los votantes anhelan autenticidad, líderes que hablen su idioma y que demuestren comprender sus problemas cotidianos.
En esta contienda, la victoria no se asegurará solo con la experiencia acumulada o el poder territorial previo. Se definirá en la capacidad de generar una ola de simpatía genuina, impulsada por candidatos que demuestren conocer y sentir las necesidades de la gente.
Si los futuros legisladores de esta campaña siguen marchando con la mirada perdida en lugar de reflejarse en los rostros de sus futuros electores, el mensaje de los aspirantes a la silla del Palacio de Los Cóndores, por más potente que sea, corre el grave riesgo de estrellarse contra la muralla de la indiferencia y la desmotivación al voto para este 25 de mayo.
En mi caso, sigo extendiéndote la invitación para que este 25 de mayo renovemos nuestro compromiso con el deber y derecho de construir el futuro que merecemos.
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Sandy Ulacio