¡Los que llegaron al Zulia y se quedaron!  Un amor y el calor de Maracaibo logran que un gallego hiciera del Zulia su casa

Protagonista de Los que llegaron al Zulia y se quedaron, Atilano Estévez Franco de 86 años de edad, arriba a Venezuela a los 12 años donde ha vivido 74 entre Barcelona, Caracas, Valencia hasta que se enamoró de Carmen, su actual esposa nacida en la Tierra del Sol Amada, con quien se casó 40 años atrás decidiendo radicarse en Maracaibo.

Su padre no soportaba a ningún comunista. Le producían tirria, odio, antipatía, animadversión y enemistad.

El, muy niño, no entendía nada de política. Sólo sabía que su papá, teniente Atilano Estévez Vázquez, era un oficial del ejército franquista responsable de una unidad militar importante en la localidad insular de Aguines en Palmas de Gran Canaria, España.

No recuerda el rostro ni nada de su mamá biológica Josefa Franco a quien perdió muy temprano, víctima de tuberculosis. Esa tragedia a escasa edad la vería más adelante recompensada por papá Dios, cuando su padre contrajo nuevas nupcias con Francisca Rodríguez de Estévez «Paquita», su nueva mamá. 

En su vida terrenal nunca olvidará que «Paquita» terminaría de criarlo, le daría otros tres hermanos y sería, además de una madre adoptiva, un Ángel que el Creador le colocó en el camino que llenó de amor de madre a los dos primeros hijos de Atilano Estévez Vázquez, cual seres salidos de su propio vientre de mujer.

 Llegada a Venezuela…

Arriba a Venezuela el 11 de enero de 1.950 a la edad de 12 años acompañado de su mamá, Francisca Rodríguez de Estévez «Paquita», junto con el resto de sus hermanos María África (+), María del Carmen, María Teresa (+) y Sebastián (+).

Tiempo antes, su padre había decidido desertar de las filas del ejército de Francisco Franco y venir a la tierra de Simón Bolívar con el propósito de iniciar un nuevo comienzo con su familia para ofrecerles una mejor calidad de vida.

 Decisión de dejar España…

En Canarias su padre entendió que la supervivencia era difícil, casi imposible, a pesar de su posición privilegiada en el gobierno franquista que, sin embargo, no le permitía, ni siquiera, por ejemplo, garantizarle una buena y segura alimentación a su esposa y a cinco niños en pleno crecimiento.

La realidad de los estragos de la Guerra Civil, —desde 1.936 hasta 1.939—, era la de una España quebrada, empobrecida y destruida. El jefe del grupo familiar ideó un plan muy secreto con otros oficiales y le informó a «Paquita» lo de su viaje que no tenía vuelta atrás, —la traición significaba la muerte— que los llevó a adelantar su salida de España con el propósito de sacar después a sus familias.

Así lo hizo y llegó a Venezuela durante el gobierno de la junta militar que derrocó al Presidente Rómulo Gallegos que lideró Carlos Delgado Chalbaud desde 1.948 hasta su secuestro y asesinato el 13 de noviembre de 1.950. Luego Marcos Pérez Jiménez se haría del poder hasta el 23 de enero de 1.958, cuando huyó del país y dio paso al período democrático.

Un tío de «Paquita» de apellido Artiles establecido en nuestro país desde hacía un tiempo fue el contacto en suelo venezolano, quien recibió y hospedó en su casa al teniente Atilano Estévez Vázquez, a partir de su salida clandestina de España, previa conversación con su sobrina a quien le indicó que le dijera a su marido «vente que yo te consigo trabajo en Caracas».

 Toda una vida…

Hoy Atilano Estévez Franco lleva viviendo en Venezuela 74 años, distribuidos entre Barcelona, —cuando aún era un niño y entró a la adolescencia—, Caracas, Valencia y Maracaibo, donde vive con su esposa Carmen Semprún, nacida en la Tierra del Sol Amada, con quien contrajo segundas nupcias y nacieron, Víctor Raúl y Melina de los Ángeles, ingeniero eléctrico y odontóloga, respectivamente. El, radicado en el extranjero y ella viviendo con sus padres. Además de José Luis Estévez Docaos, ingeniero aeronáutico nacido en su primer matrimonio, actualmente en la isla de Margarita.

Su papá llegó al puerto de La Guaira donde fue esperado por su pariente Artiles quien lo ubicó laboralmente en ACO, SA de Quinta Crespo en Caracas, empresa privada que lo enviaría luego a Puerto La Cruz, donde dirigió una sucursal que le permitió reunir dinero, gestionar la llegada, legalizarlos, conseguir vivienda y  colegio para sus hijos en 1.950.

Atilano Estévez Franco recuerda que fue evaluado para entrar al colegio católico de los Salesianos San Juan Bosco de Puerto La Cruz, donde completó la primaria. Sus tres hermanas cursaron estudios en el colegio de monjas La Consolación de Barcelona. Después estudió hasta el 3er año de bachillerato en el liceo Cajigal.

Único centro de enseñanza pública que existía en la capital del estado Anzoátegui, donde no impartían estudios de 4to y 5to año. Quien no tenía dinero o un familiar en la capital de aquella Venezuela rural, enfrentaba el final de no avanzar en su preparación profesional.

Llegó el día que le correspondería confrontar a su papá. Un hombre circunspecto de formación militar nada ganado a dejar de ser exageradamente estricto hasta en el hogar, cual si se tratara de otro cuartel donde una sola voz de mando imponía las reglas.

No olvida que no le fue nada bien cuando le pidió a su padre ayuda para irse a Caracas a terminar el bachillerato. Un no tajante fue la respuesta con la recomendación de que debía ponerse a trabajar como los demás. Sin embargo, un duro golpe para él y sus hermanos lo vivió cuando presentaba los exámenes finales del 3er año en el liceo Cajigal en julio de 1.955.

Atilano Estévez Vázquez, una religiosa amiga y Francisca Rodríguez de Estévez «Paquita», en una foto familiar en la azotea del colegio La Consolación de Barcelona.(Foto: Cortesía)

 Paquita en su vida…

La mujer que no lo parió pero que tanto amó, su mamá «Paquita», no sobreviviría en el momento del que sería su último parto. Por recomendación médica no debía embarazarse si quería seguir viviendo. Superado el peor dolor que un hijo pueda resistir, Atilano siempre perseverante buscó en la calle el auxilio, ayuda y la comprensión para no dejar de estudiar y egresar algún día de ingeniero químico. Ese era su sueño.

Con voz entrecortada, casi quebrada, asegura que no ha olvidado nunca que la presidenta del Concejo Municipal de Barcelona en 1.955 —no recuerda su nombre– muy amiga de su mamá, cuando pidió su ayuda, ella le tramitó un pago pendiente de «Paquita» con motivo de la elaboración de unas ofrendas florales que no habían sido canceladas.

Afirma que le entregaron mil bolívares, aproximadamente, que en esa época eran «mucho dinero, un dineral. Mi mamá tenía una floristería que elaboraba arreglos para las fiestas patrias. Le gustaba mucho trabajar. Todo el mundo la quería. Ella siempre me decía hijo, y a mí hermana África, estudia y graduate de algo en la vida. Siempre me lo inculcó, pero mi papá me dijo que no, no. No me dio ni medio. Yo me voy le dije. Si quieres vete», fue su respuesta.

No existía otra alternativa en el destino de Atilano Estévez Franco al emprender a los 17 años de vida la búsqueda propia de su futuro que sabía estaba en Caracas, adonde partió meses después con otros amigos que perseguían el sueño de la superación personal.

¿Y usted no quiso ser militar?.

«No, no a mí no me gustaba eso».

Su padre, asegura, lo había escuchado conversando con uno de sus amigos «compinche de la infancia» que intentaría ingresar a la Academia Militar de Venezuela.

¿Tú te quieres ir?, recuerda que le preguntó.

«Si te quieres ir no hay ningún problema porque yo hablo con Pérez Jiménez. Yo soy militar, no tienes ningún problema, tú eres venezolano. Ya tenía mi cédula de identidad».

 Un comienzo solo…

Una maleta llena de sueños fue su acompañante cuando dejó Barcelona. Llegó a Caracas a buscar un hospedaje con un buen dinero en la cartera. Lo consiguió, junto con uno de los amigos y pagó seiscientos bolívares asegurando dos meses de estancia que incluía las tres comidas. El resto del dinero era suficiente para pagar pasajes buscando conseguir trabajo para mantenerse.

Subió, bajó y caminó mucho, pero no logró concretar un empleo después de días recorriendo la capital venezolana. No quería usar el teléfono para pedir otra vez ayuda a su padre. Tuvo que hacerlo, no tenía opción. Así lo hizo y al poco tiempo estaba empleado en ACO, SA ganando 150 bolívares mensuales. En ese sitio desarrollaría su condición de «todero» porque a nada le decía «no se», «no puedo» o «desconozco».

Luego pasó a trabajar en González & Bolívar en la esquina caraqueña del mismo nombre, donde el sueldo que ganaba era de 400 bolívares. Muy superior al anterior que ya no le permitía sostener sus gastos en la Sultana del Ávila. Otra empresa donde laboró fue en Castellana Motor y su sueldo llegó a ser de 800 bolívares.

Siempre en ascenso, superándose, en Castellana Motor que abrió la venta de repuestos, el momento le valió una mejora salarial a 1.200 bolívares y la confianza de sus jefes en cada tarea asignada. Su precoz madurez, disciplina, competencia y seriedad forjaron en él una sólida conducta responsable que compartía con sus estudios. Sacó en horario nocturno el 4to y 5to año de bachillerato.

En cinco años obtuvo el título universitario de químico industrial en un anexo de la UCV, aún cuando su meta era la ingeniería química que no cursó debido a que la carrera era únicamente en el día. No tenía quien lo mantuviera y estaba obligado a estudiar en las noches.

No fue nada fácil esa época debido a la convulsión social existente a medida que 1.958 se acercaba, cuando la dictadura de Marcos Pérez Jiménez comenzaba a resquebrajarse y crecía la represión.

Lanzó algunas piedras cuando estudiantes y policías se enfrentaban por la libertad de Venezuela, pero decidió alejarse de la candela, cuando a un amigo universitario a su lado lo vio caer y perder la vida por disparos en una refriega callejera.

Obtenido su título universitario el recién graduado químico industrial no tardó demasiado en conseguir empleo. En la planta Los Cortijos de Lourdes de empresas Polar laboró por mucho tiempo, además en otras de ese grupo en Turmero, estado Aragua y en Chivacoa, Yaracuy en el área de producción de alimentos.

Atilano y Carmen se conocieron en Valencia a través de su hermana, María África(+), quien fue monja en el colegio San Francisco de Asís de Maracaibo, donde ambas trabajaron.
 El descanso del guerrero…

La historia de Atilano Estévez Franco es un libro abierto, una enciclopedia Atlas, llena de vivencias, anécdotas, conocimientos y verdades de una persona y su familia que llegaron a Venezuela, 74 años atrás,  integrándose a la que ha sido la patria que les abrió sus brazos y les dio cobijo.

Protagonista que vive el descanso del guerrero, Atilano Estévez Franco, a sus 86 años, lúcido, muy despierto renueva energías cada día en la tranquilidad del hogar que comparte con su esposa Carmen Semprún y su hija Melina.

Su sapiencia y memoria de químico industrial son luz de conocimiento que ha contribuido con el desarrollo industrial de la Venezuela del anterior y el presente siglo.»Uno no es de donde nace sino de donde lucha», dice. Su esposa y él no tienen planes de irse del país y dejar Maracaibo la tierra en la que sembró sus raíces.

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José Aranguibel Carrasco/ CNP-5.003

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