En cada espacio donde nos encontremos en la función pública, siempre estamos obligados para sentir que solo somos «mandaderos de la gente». Sentirnos servidores, interiorizar esa realidad, es lo que nos permitirá ubicarnos en la responsabilidad que nos entrega la confianza del pueblo o quién la recibió directamente de aquel.
Posiblemente esa sea la primera norma que enseñemos en la escuela de gobierno y en la escuela de formación política, la principal que debamos aprender. Eso significa, y conlleva una lucha constante con nuestro impulso de «parecer» de «sobresalir», de “dominar”.
La verdadera identificación con el que sufre. No somos quien da, quien dona, quien reparte lo que no es nuestro sino de aquellos a quienes entregamos, cuando nos corresponde hacerlo. Solo regresamos lo que es de ellos y recibimos el compromiso de servir administrando y devolviendo lo que se nos entrega al cuido.
Esta es, vale repetirlo, una lucha constante contra los impulsos naturales humanos para predominar y controlar. Nuestra lucha y de las personas de nuestros afectos más cercanos. La administración de lo que no es nuestro, obliga para otras virtudes esenciales, más allá de las normas y leyes que siempre son vulnerables.
La administración integra de lo que se nos encomienda implica cultivar la ética, la virtud de discernir lo que es nuestro y lo que administramos de los demás. Otro criterio es la administración de recursos con lo que llama un presidente » pobreza franciscana». Con criterio de lo necesario y no más que lo necesario. Lo que alguno disfruta en demasía, falta a otro que tiene todas las carencias.
Algún amigo me decía, sobre este tema de administrar con criterio, que, además del cambio que hicimos, para orientar el caballo del escudo nacional de manera para que galopara adelante, más que mirar atrás a riesgo de tropezar, se hacía necesario levantar las cornucopias, para que pudieran ser contenedoras, recipientes de frutos, de riquezas que nos dotaron a Venezuela Dios y la naturaleza.
Para él esas cornucopias boca abajo, decía él mismo, dibujadas en la búsqueda de diferencias, por hacer lo contrario del escudo de la gran nación en la separación de Colombia, el diseñador, de poca imaginación, las volteo en el nuevo escudo de la provincia de Venezuela que se separaba del sueño colombiano de Bolívar. Puede que solo haya sido este relato de mi amigo una creación romántica. Pero sin duda que los símbolos traen una fuerza que impulsa conductas y realidades de personas y colectividades.
La administración de recursos con criterio de que vienen generaciones detrás, que nos corresponde potenciar nuestras realidades actuales y a partir de ellas garantizar el futuro estable y seguro. La voz de Uslar Pietri para «sembrar el petróleo» está siempre vigente. La idea, poco acogida, de las fábricas de fábricas, de la industrialización del país, no compartida en su profundidad, incluso por cercanos, difícil de consolidar en medio de la riqueza petrolera. Batalla por el porvenir que causó sinsabores y dolores por la concreción al Comandante Chávez.
Servir, en resumen es tener conciencia clara de lo que somos y lo que seremos como nación. Servir y ser útiles ahora. Lograr desde lo público ser referencia de gobierno íntegro, con claros criterios éticos en la práctica. Trabajar en cada espacio para hacer realidad el porvenir de paz, de vida en decoro de las nuevas generaciones es real, ciertamente revolucionario.
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FRANCISCO J. ARIAS CÁRDENAS
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