Livia Pieruzzini y Gustavo Morón, una pareja venezolana que se despidieron el 16 de octubre de su hija, su nieta, su yerno y su primo. Perdieron el rastro tres días después, cuando los jóvenes tomaron una lancha con destino a Nicaragua.
Aunque una votación de la Asamblea General tiene importancia política y se considera que tiene peso moral, no es vinculante, a diferencia de una resolución del Consejo de Seguridad.
Contexto: la resolución de la ONU de la semana pasada en el Consejo de Seguridad pedía «un alto el fuego humanitario inmediato».
Livia Pieruzzini y Gustavo Morón recuerdan con precisión que el último contacto que tuvieron con su hija fue a las 7.36 de la noche del 21 de octubre. Leomarly Morón estaba por embarcarse junto a su esposo, su hija y un primo en una precaria lancha que los llevaría desde la isla colombiana de San Andrés a la cercana Nicaragua.
Se la escuchaba asustada, consciente de los peligros por delante. Pero no había vuelta atrás: había vendido todo en Venezuela para costear este viaje y buscar una mejor vida en Estados Unidos. “Mamá, échame la bendición que me voy”, pidió Leomarly. “Dios te acompaña hija, Dios va delante de ti”, respondió la madre. Desde entonces, nada se ha sabido de los 39 migrantes y dos tripulantes que viajaban en esa lancha.
La pareja, de la ciudad llanera de Guanare, ya suma 56 días en la búsqueda de su familia. Hace un mes que decidieron trasladarse a Bogotá para tratar de “hacer algo” que les permita reencontrarse con Leomarly, Gonzalo, Nicole y Rosmer. Comienzan a las cinco de la mañana en la casa de una prima de Livia, toman unos cafés y salen a recorrer Bogotá junto al abogado jubilado Gonzalo Asocar y otros familiares de migrantes. Tocan todas las puertas: desde la Procuraduría hasta el Congreso o las embajadas. “Sabemos que nuestros familiares no están muertos”, explican al unísono en conversación con este periódico. Han logrado que el tema no desaparezca de la agenda. Pero los días pasan y la necesidad de regresar a Venezuela es cada vez más apremiante.
La decisión de migrar
Leomarly y Gonzalo Méndez, una periodista de 27 años y un ingeniero de 30, nunca habían querido migrar. No importaba que familiares y amigos hubieran optado por este camino para escapar de la crisis económica —casi ocho millones de venezolanos han emigrado en los últimos años, según la ONU—. Los dos habían preferido buscar mecanismos para reinventarse en Guanare, la ciudad en la que se conocieron como niños y se enamoraron como adolescentes.
Hacían encomiendas a Barquisimeto y Barinas, tenían carritos de perros calientes y manejaban un negocio de víveres frente a la casa de Livia y Gustavo. Pero en junio de este año se cansaron de intentarlo. Trabajar tantas horas no tenía sentido si nunca llegaban a fin de mes.
“En Estados Unidos estaban unos familiares de Gonzalo, que los incentivaron a que se fueran y les dijeron que iban a apoyarlos. Les avisaron que allá era duro también y que había que trabajar, pero eso no los desmotivó porque eran emprendedores y estaban acostumbrados a trabajar mucho”, cuenta Livia.
“Desde el principio no nos cuadró la situación. Yo le dije a Leomarly que ella y la niña me iban a hacer mucha falta. Pero me contestó que se iba porque quería darle un mejor futuro a su hija, que aquí en Venezuela no tenían porvenir y no podrían surgir”, añade. La pareja, además, veía la migración como la única forma de conseguir recursos para apoyar a sus padres.
Gonzalo fue el encargado de organizar todo. Una amiga suya había logrado llegar a Norteamérica sin sobresaltos a través de San Andrés y le había pasado el contacto de un hombre que contrataron para viajar. Cruzar la selva del Darién, una trampa mortal entre Colombia y Panamá, nunca fue una opción. Todos en la familia sabían de sus peligros y no consideraban que valiera la pena correr el riesgo, aunque unos primos habían logrado llegar a Estados Unidos a través de esa ruta.
El padre de Leomarly comenta que su hija y su yerno fueron engañados por los organizadores del viaje. “Les dijeron que era suave”, señala Gustavo. Lo mismo reconstruye Livia, que acota que era una prioridad que el trayecto fuera tranquilo para Nicole.
“El muchacho que les vendió la ruta les cantó pajaritos en el aire. Les dijo que era fácil, que llegaban en siete u ocho horas a Nicaragua… que pasaban a Managua y de ahí a una avioneta y de ahí a una posada y de ahí a México”, recuerda. Tanto Gustavo como Livia enfatizan en que hubieran encontrado la manera de detener a Leomarly y Gustavo si hubieran sabido que la ruta de San Andrés era tan peligrosa como la del Darién.
El viaje
La familia se despidió en la noche del 16 de octubre en la terminal de autobuses de Guanare. Gustavo, Nicole, Rosmer y Leomarly, que tenía varias semanas de embarazo, fueron por tierra hasta San Antonio del Táchira. De allí cruzaron a la ciudad colombiana de Cúcuta, donde tomaron un vuelo a Bogotá. En la capital colombiana emprendieron el tramo a San Andrés.
En el medio de los trayectos, Nicole tuvo una crisis y Gonzalo llamó a su suegra. “Le dije que le dijera a mi hija que la contentara, que la abrazara, que la acariciara… que así se le pasaba. Nicole nunca se separaba de mí, yo la mandaba a danza y a sus tareas”, relata la abuela de la niña.
Livia y Gustavo resaltan que Nicole solía cantar en público. Fue algo que heredó de Leomarly, que había ganado un importante concurso local cuando tenía nueve años y que aún hacía presentaciones en su iglesia. Muestran un video en el que su nieta canta Yo te esperaba, de Alejandra Guzmán, frente a un público que no parece cohibirla. “Es su canción favorita, porque la mamá le cantaba eso en la barriga”, dice Livia.
La única noticia de los 39 migrantes desde la partida de la lancha el 21 de octubre ha sido el hallazgo de ocho de sus pasaportes en El Limón (Costa Rica). Hay menos pistas que en diciembre del año pasado, cuando desaparecieron 26 personas a bordo de una embarcación de pesca artesanal que no cumplía con las condiciones para transportar pasajeros.
Entonces, otro grupo vio naufragar la lancha desde otro bote y unos días después aparecieron artículos personales, pañales y documentos de algunos de las víctimas en las costas de San Juan del Norte (Nicaragua).
Bogotá
Livia y Gustavo tomaron la decisión de viajar a Bogotá hace un mes. “Estábamos preocupados, sufriendo porque no sabíamos nada de mi hija. Llega casi el mes desde la desaparición y le digo a mi esposo que teníamos que viajar a Bogotá y hacer algo porque, si no, no los íbamos a encontrar”, relata Livia. Él complementa que no lo pensó dos veces y que enseguida le respondió que sí.
La pareja hace parte de un grupo de familiares de varios de los migrantes desaparecidos el 21 de octubre, que busca presionar a distintas entidades colombianas para que den respuestas sobre qué pasó con ellos. El abogado Asocar, a quien conocieron a través de una familiar de otro de los desaparecidos, manda cartas y coordina una agenda frenética de reuniones con funcionarios y de entrevistas con medios de comunicación. Han viajado a San Andrés, pero tienen la sensación de que en Bogotá se les escucha más que en las islas. Representan a muchos otros familiares que no han podido viajar por problemas económicos o de salud.
Han pasado por momentos duros. Livia y Gustavo cuentan que la Armada les ha dicho que sus familiares están muertos, que el mar se los tragó como a tantos otros que han desaparecido en esta ruta durante el último año. Pero ellos no les creen. Señalan que han podido rastrear algunos de los celulares de los desaparecidos en la isla de San Andrés. Se aferran a la esperanza de que estén secuestrados, lo cual implicaría que podrán volver a verlos algún día. “Uno como madre siente de verdad cuando su hijo está muerto. Y yo siento de verdad que mi hija está viva”, remarca la mamá de Leomarly.
“Hacemos lo que sea para que los devuelvan. Vendemos todo lo que tenemos, nos quedamos sin nada. Pero necesitamos que regresen”, añade. No han recibido ningún pedido real de rescate, aunque algunos familiares recibieron mensajes de personas que aprovecharon para intentar estafarlos y que nunca ofrecieron pruebas de vida. El coordinador del viaje ya no responde sus mensajes.
El mayor éxito hasta ahora ha sido la decisión de la Procuraduría de conformar un equipo especial para indagar sobre la desaparición de 35 migrantes venezolanos. La entidad de defensa de los Derechos Humanos ha remarcado que continúa con las investigaciones de “otros cuatro naufragios” que, entre 2022 y 2023, han dejado un saldo de alrededor de 100 migrantes desaparecidos.
Asimismo, la Fiscalía informó a principios de diciembre que habían sido detenidas 24 personas vinculadas al tráfico de migrantes en San Andrés y en el Tapón del Darién. Entre ellos se encontraban integrantes de la Armada y de Migración Colombia.
Livia afirma que desea seguir en Bogotá hasta que su hija aparezca. “No quiero que esto se enfríe”, dice. Tanto ella como su marido tienen el apoyo de familiares, vecinos y miembros de su iglesia, que les escriben a diario para motivarlos a seguir con su búsqueda.
Pero en Venezuela Livia tiene otra hija, dos nietas y una madre mayor que será operada en los próximos días por un problema en su mano. “Ya vienen las fiestas decembrinas. Y no es que vamos a celebrar nada, pero, por más que sea, tengo mi mamá allá”, comenta. La decisión, sin embargo, aún no está tomada. Puede que la estadía se extienda unos días más para seguir exigiendo una respuesta.
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El País
Prensa LOV/ CCGuerra
3 comentarios sobre «La pareja venezolana que busca por tierra, mar y aire a su familia desaparecida en la ruta migratoria de San Andrés»
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