A 80 años del suicidio de Hitler en su búnker de Berlín, las teorías sobre su fuga a Sudamérica aún continúan vigentes

La versión oficial asegura que el líder nazi Adolf Hitler, se disparó un tiro en la cabeza el 30 de abril de 1945 para no caer prisionero de los soviéticos y que su cuerpo fue quemado y enterrado en los jardines de la Cancillería del Reich, pero desde ese mismo día comenzaron a correr rumores sobre su supuesta huida. Los cables secretos de la CIA, una foto en Colombia y el misterio del submarino U-3523 que lo habría traído a la Patagonia

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial nadie tuvo dudas de que el dictador italiano Benito Mussolini estaba muerto.

Quizás por esa frase que asegura que una imagen vale más que mil palabras. La foto del cadáver de Il Duce colgado boca abajo con un gancho de carnicero encajado en la viga metálica de una obra en construcción en la Plaza Loreto de Milán no dejaba lugar a especulaciones.

En la imagen que recorrió el mundo el 28 de abril de 1945 el rostro del líder fascista era perfectamente reconocible. A su lado, con un brazo que parecía querer alcanzarlo, también pendía su amante, Clara Petacci, y la escena se completaba con otros tres cuerpos colgantes, los de los líderes del fascio Nicola Bombacci, Alessandro Pavolini y Achille Starace.

En cambio, la muerte -o no- de Adolf Hitler dos días después en su bunker de una Berlín asediada por las tropas del Ejército Rojo fue puesta en duda desde un principio y dio lugar a múltiples versiones diferentes, en todas las cuales su suicidio y el de su mujer, Eva Braun, eran una farsa para encubrir la huida del líder nazi.

La versión oficial –una reconstrucción realizada en base a los testimonios de los sobrevivientes del búnker– asegura que Hitler se suicidó en su despacho de un tiro en la cabeza el 30 de abril para no caer en manos de los soviéticos y transformarse en “un fenómeno de circo”.

Su cadáver y el de Eva Braun, según ese relato, fueron después incinerados por su asistente personal, el oficial de las SS Otto Günsche, con ayuda del chofer del führer, Erich Kempa, y otros miembros del séquito hitleriano, que después los enterraron en un cráter que había dejado una bomba en el jardín de la Cancillería del Reich, a unos pocos metros de la entrada del búnker.

Relato del suicidio de Adolf Hitler

El relato del suicidio de Hitler fue puesto en duda apenas una semana después, el 6 de mayo, cuando las tropas soviéticas llegaron al último refugio del líder nazi. Citando fuentes del Ejército Rojo, ese día la agencia de noticias Reuters informó: “En la Cancillería de la Wilhelmstrasse se encontraron los cadáveres de numerosos miembros del Estado Mayor nazi, jefes de las tropas de asalto y nazis de renombre, pero no el de Hitler”.

Un mes más tarde, en una conferencia de prensa, el mariscal soviético Gueorgui Zhúkov, confirmó esa información y agregó un dato más: “El cadáver de Adolf Hitler no ha sido identificado y es posible que el Führer haya huido en avión”, dijo.

Esa afirmación iba en sintonía con lo que Iósif Stalin le había dicho unos días antes a un enviado estadounidense. Según el líder soviético, Adolf Hitler se había escapado, posiblemente rumbo a España o a la Argentina. Podía ser mentira o verdad, lo único seguro en esos tiempos es que cualquier información –falsa o cierta– era una pieza que se movía en el tablero.

Destino: Sudamérica

A partir de entonces, los rumores sobre la huida de Adolf Hitler y su posible destino se multiplicaron. Se dijo que estaba refugiado en una isla del Báltico, que se escondía en una fortaleza de Renania, que había cambiado sus rasgos y su identidad para vivir con Eva Braun como un ignoto ciudadano en Bavaria, que estaba disfrazado de monje en un monasterio español, que lo ocultaban unos simpatizantes nazis en Albania, que en su escape había llegado a un país de Sudamérica.

También –no podía ser de otro modo– que en realidad lo habían capturado los soviéticos y lo tenían prisionero pero que no querían revelarlo.

En todos los casos, Adolf Hitler seguía vivito y coleando. Con el paso del tiempo, el rumor sobre su detención por los soviéticos se diluyó por completo y muchas de las otras versiones fueron cayendo por su imposibilidad. En cambio, crecieron con fuerza las que sostenían que estaba en algún país sudamericano, probablemente en Colombia, Brasil o la Argentina.

De hecho, ochenta años más tarde, la teoría que sostiene que el líder nazi encontró refugio en este continente, donde por imperio del paso del tiempo murió sin que nadie lo encontrara, sigue teniendo impulsores.

Hace unos pocos meses el agente retirado de la CIA Bob Baer aseguró que estaba esperando tener en sus manos una serie de documentos que podrían revelar posibles vínculos entre el dictador nazi y el gobierno argentino de la época, que -según sus sospechas- habría estado “escondiéndolo”.

Según Baer, Juan Domingo Perón habría aprobado la construcción de un posible refugio para criminales nazis en Misiones y que esas instalaciones fueron recién descubiertas en 2015 cerca de las ruinas jesuíticas. Demasiados verbos en condicional, en todo caso.

Los nazis y la Argentina

Si se toma en serio la versión de la huida exitosa de Hitler, que la Argentina siempre estuviera en el centro de la escena como su posible refugio final no suena descabellado. En 2012, el gobierno alemán desclasificó una serie de documentos que prueban que alrededor de 9.000 nazis y colaboracionistas escaparon hacia Sudamérica después de la guerra.

Alrededor de 5.000 se quedaron en la Argentina, el destino al que el cazador de nazis Simon Wiesenthal llamaba el “Cabo de Última Esperanza” para los criminales prófugos.

No fue una elección azarosa.

Desde el ascenso de Hitler en Alemania, a principios de la década de los ’30, muchas empresas de capitales nazis se instalaron en Buenos Aires y otros lugares del país.

También desde mediados de la década de los ’30, en Buenos Aires se asentaba la mayor organización nacionalsocialista de Sudamérica, que en 1938 llegó a hacer un multitudinario acto en el Luna Park. Dos listados de las décadas del 30 y 40 y otro que el Centro Wiesenthal entregó a Carlos Menem en 1997 muestran que la Argentina fue el destino transitorio del 15 % del dinero que, luego de expoliar a sus víctimas, los jerarcas nazis fugaron al exterior.

Por aquí habrían pasado hacia Suiza 341 millones de dólares de aquella época, equivalentes a 6.000 millones de hoy. Parte de ese dinero se habría utilizado para facilitar la radicación de los criminales de guerra prófugos en la Argentina.

Cerca de otros 2.000 criminales de guerra se instalaron en Brasil, y unos 1.000 en Chile, mientras que algunos centenares se ocultaron en Paraguay, Bolivia, Colombia y Ecuador.

Pero en la mayoría de los casos, para llegar a esos destinos desembarcaron en la Argentina como puerta de entrada al continente. Si se tiene en cuenta la magnitud de esa “emigración”, no resultaría extraño que –si realmente pudo escapar de Alemania– Hitler hubiese llegado a estas costas, como lo hicieron por distintas vías Adolf Eichmann, Joseph Mengele, Klaus Barbie y tantos otros criminales de guerra.

Cables de la Embajada

Más allá de los rumores, hay pruebas de que la inteligencia estadounidense tomó con seriedad la posibilidad de que Hitler estuviera en la Argentina. Lo confirma un cable secreto de la de la embajada en Buenos Aires fechado en julio de 1945.

“Llegada de submarinos alemanes a las costas de Argentina. Circulan varios rumores en Buenos Aires referidos a la llegada del submarino U-530 antes de su rendición. Una fuente de credibilidad desconocida asegura que el 28 de junio un submarino emergió en Puerto San Julián, territorio de la provincia de Santa Cruz, del que descendieron dos personas sin identificar, uno sería un alto oficial y la otra una muy importante persona”, decía el informe cifrado que llegó a Washington.

En otro cable, los agentes de inteligencia estadounidenses asignados en la capital argentina no descartaron que el submarino visto en Puerto San Julián fuera en realidad el U-3523 y no el U-530. No era una diferencia sin importancia, porque tres meses después de la rendición alemana, no se tenían rastros del paradero del U-3523.

En cuanto a las dos personas mencionadas, se pensó que podían ser Hitler –el civil– y su cuñado Hermann Fegelein, quien supuestamente había sido ejecutado por orden del propio führer el 29 de abril de 1945 en el bunker.

Lo cierto es que la rendición en el puerto de Mar del Plata de los submarinos U-530, el 10 de julio de 1945, y U-977, el 17 de agosto de ese año, despertó las alertas de la inteligencia aliada sobre una posible huida de Hitler. Cuando se entregó, el comandante del U-530, Otto Wermouth, había destruido la bitácora de a bordo y sus testimonios sobre la deriva de la nave fueron contradictorios.

Tampoco pudo explicar de manera creíble porqué faltaba un bote de goma, similar a otro que luego fue encontrado en las playas de Mar del Sur.

Tampoco fue del todo claro Heinz Schäffer, comandante del U-977, cuando le pidieron que explicara por qué, al comparar el número de marinos que se entregaron con la propia bitácora de la nave, faltaban 16 tripulantes y tres botes.

Dijo que “la noche del 10 de mayo de 1945, entre las 02:30 y las 03:30, 3 marineros y 13 suboficiales tomaron tres de las balsas más grandes, una de las cuales fue dañada y abandonada (…) siendo dejados sobre la Isla de Holsenoy, cerca de Bergen (Noruega)”. Sus palabras nunca pudieron ser comprobadas.

Hitler y algunos de sus acólitos podía haber bajado de cualquiera de esos dos submarinos en las costas del sur argentino, pero la mira seguía puesta en el U-3523, que no aparecía por ningún lado.

No se trataba solamente de que no se conocía su destino sino –y sobre todo– de sus características especiales: era el modelo más sofisticado de los U-boat alemanes, de la flota Tipo XXI, el único capaz de atravesar el Atlántico hasta Sudamérica sin necesidad de emerger. Si Hitler y otros altos jerarcas habían huido de Alemania en un submarino, tenía que ser ese, el misterioso U-3523. Además, era casi único: los alemanes habían alcanzado a fabricar solamente dos de ese modelo.

Una foto enigmática

Casi una década después, la inteligencia estadounidense seguía buscando rastros de Hitler en Sudamérica y, más precisamente, en la Argentina.

Un informe, en este caso del FBI, fechado el 21 de septiembre de 1954 detallaba las declaraciones de testigos que aseguraban que Hitler había llegado a la Argentina dos semanas y media después de la caída de Berlín a bordo de un submarino.

También indica un supuesto destino en tierra: “Según un plan preestablecido con seis altos funcionarios argentinos, al amanecer se cargaron todas las provisiones y partieron hacia las estribaciones de los Andes meridionales”, dice el archivo desclasificado.

No son pocos los documentos desclasificados que demuestran que en Washington sospechaban que Hitler había logrado escapar.

Uno de ellos, del 3 de octubre de 1955, contiene denuncias de un ex soldado de las SS llamado Philip Citroën de que el führer había estado escondido en la Argentina y que de allí había seguido a Colombia. Incluso, incluye una foto del presunto Hitler tomada en 1954 en la ciudad colombiana de Tunja. El documento agrega: “Según Citroën, los alemanes que residían en Tunja, Colombia, siguieron a ese supuesto Hitler ofreciendo el saludo nazi”.

Incluso en 2014, el argentino Abel Basti, autor de “El exilio de Hitler”, sostenía que, una vez llegado a las costas argentinas, Hitler “no vivió enclaustrado” sino que se movía con libertad por Argentina y otros países como Brasil, Colombia y Paraguay. Según Basti, las principales agencias de inteligencia del mundo, como la CIA y el MI6 británico, contaban con informes y fotografías que confirmaban su presencia en Sudamérica después de 1945.

El U-3523 y la dentadura

En todos los casos se suponía que, después de dejar a Hitler en una costa del sur argentino, el U-3523 había sido hundido por sus propios tripulantes para que se le perdiera todo rastro y, con él, el final del itinerario del escape del líder nazi.

Esa posibilidad se derrumbó el 13 de abril de 2018, cuando el Museo de Guerra de Dinamarca, con sede en Copenhague, anunció que había hallado el famoso submarino nazi en las aguas territoriales de ese país, hundido a 123 metros de profundidad.

“El museo localizó los restos del submarino alemán U-3523, que fue hundido en el estrecho de Skagerrak por la aeronave B24 Liberator el 6 de mayo de 1945”, informó la entidad en un comunicado.

Y se refirió específicamente a la versión de su supuesto papel en la huida de Hitler: “Debido a su capacidad de permanecer sumergido durante un tiempo prolongado, el U-3523 alimentó los rumores de que había sido el medio de transporte de la élite nazi para escapar hacia Sudamérica”.

Han pasado más de siete años del hallazgo, pero los restos del U-3523 siguen en el fondo del mar. Se calcula se demorará años en recuperar sus restos, por la profundidad a la que se encuentran y lo costoso de la operación de rescate.

Mucho antes del descubrimiento del submarino, en abril de 2000, Moscú realizó una gran exposición de sus archivos secretos sobre la Segunda Guerra Mundial. Como parte de la muestra, se exhibió un fragmento medio quemado de un cráneo, perforado por una bala, encontrado en 1945 en el jardín de la Cancillería del Reich y al que se identificó como perteneciente a Adolf Hitler.

Con esos restos, más precisamente con la dentadura, el médico forense, arqueólogo y antropólogo francés Philippe Charlier, concluyó que había una “concordancia perfecta entre las radiografías presentadas como pertenecientes a Hitler en vida y los elementos dentales presentados” por las autoridades rusas.

Las pruebas forenses son concluyentes, pero los devotos de este tipo de teorías suelen ignorar los datos científicos. Por eso, seguirán sosteniendo Hitler no murió el 30 de abril de 1945 en su búnker de Berlín, sino que logró escapar y que dejó este mundo por causas naturales muchos años después en Sudamérica, donde sus restos descansan en algún lugar secreto que solo conocen unos pocos iniciados.

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Prensa LOV/Carmen Cecilia Guerra

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