En la actualidad, vivimos un periodo de intensas transformaciones sociales, políticas y tecnológicas. Sin embargo, a pesar de estos avances, parece que la falta de sentido común y de coherencia se ha convertido en una característica predominante en muchos ámbitos de la vida cotidiana. Esta tendencia no solo afecta las interacciones personales, sino que también se refleja en la manera en que las personas abordan problemas globales.
Uno de los fenómenos más preocupantes es la crítica sin fundamento.
En un mundo saturado de información, muchos individuos tienden a señalar o criticar sin realizar un análisis profundo de la situación. Las redes sociales han amplificado este comportamiento, convirtiendo a cada usuario en un juez que emite veredictos basados en percepciones superficiales. Esto no es solo irresponsable; carece de una moral clara que guíe el juicio.
La carencia de una perspectiva crítica se traduce en la propagación de desinformación y en la polarización de opiniones. Por ejemplo, en debates sobre temas tan cruciales como el cambio climático o la salud pública, muchas voces se erigen sin contar con conocimientos adecuados, lo que dificulta la búsqueda de soluciones efectivas. Esta falta de coherencia —donde las emociones reemplazan al razonamiento— contribuye a la creación de un ambiente hostil y divisorio.
Además, la incoherencia se manifiesta en la vida diaria. Observamos cómo las mismas personas que critican las acciones de otros no aplican esos principios a su propia conducta. Esta hipocresía genera una sensación de desesperanza y frustración en quienes intentan vivir de acuerdo a valores de integridad y responsabilidad.
Es crucial que se fomente una cultura de pensamiento crítico y reflexión.
La educación juega un papel fundamental en este proceso, impulsando a las nuevas generaciones a cuestionar, analizar y debatir en lugar de aceptar pasivamente lo que les es presentado. Las plataformas digitales también deben ser parte de esta solución, promoviendo el intercambio informado y la empatía por encima del juicio instantáneo.
La falta de sentido común y coherencia en la población mundial es un desafío que requiere atención urgente. Para avanzar hacia un futuro más justo y equilibrado, es imperativo cultivar una mentalidad crítica que valore el diálogo informado y la responsabilidad personal. Solo así podremos construir sociedades más cohesionadas, donde las diferencias se aborden con respeto y comprensión.
Por suerte, hay diccionarios.
El de la Real Academia lo describe sencillamente como «capacidad de entender o juzgar de forma razonable», similar al del Larousse: «capacidad de juzgar, de actuar razonablemente como la mayoría de las personas».
El de Cambridge ofrece: «el nivel básico de conocimiento práctico y criterio que todos necesitamos para ayudarnos a vivir de una manera razonable y segura».
Y el de Oxford, que es como una enciclopedia de significados de palabras, ha dado muchos, entre ellos: «Comprensión ordinaria, normal o promedio sin la cual un hombre sería ‘tonto o loco'».
Sorprendentes hallazgos de un estudio sobre este comportamiento
El profesor Duncan Watts de la Universidad Penn Integrates Knowledge y Mark Whiting de la Escuela de Ingeniería y Ciencias Aplicadas y la Escuela Wharton han desarrollado un marco único para cuantificar el concepto de sentido común. En un artículo publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences, los investigadores presentan una forma de cuantificar el sentido común tanto a nivel individual como colectivo.
“El sentido común es algo que todos creemos poseer, pero rara vez, o nunca, nos vemos obligados a articular cuáles de nuestras creencias consideramos ‘de sentido común’ o quién más creemos que las comparte”, dijo Watts en un comunicado. “Lo que Mark y yo nos propusimos hacer fue crear un marco para responder estas preguntas de una manera sistemática y empírica”.
Desafío de definir y cuantificar
Los investigadores abordaron primero el desafío de definir y cuantificar las percepciones individuales de sentido común, a las que denominaron “sentido común”. Esto implicó evaluar cuánto acuerdo existe entre las personas con respecto a reclamos específicos y qué tan conscientes son los individuos de los acuerdos de otros sobre estos reclamos.
“Básicamente, buscamos medir no sólo si las personas están de acuerdo con una afirmación, sino también su conocimiento de dicho acuerdo compartido”, dijo Whiting, primer autor del artículo. “Es un enfoque que va más allá del simple recuento de acuerdos para comprender la profundidad y amplitud del consenso”.
Sentido común colectivo
El segundo aspecto fue el sentido común colectivo, un concepto que se centra en creencias compartidas entre diferentes grupos. Esta medida ayudó a los investigadores a medir el alcance de las creencias comunes dentro de los grupos y, curiosamente, descubrieron que cuanto más grande es el grupo, menos creencias comunes se mantienen.
Los investigadores introdujeron esta medida como la métrica del “sentido común pq”, que se basa en la idea de trazar una red de creencias compartidas entre las personas (cada persona y cada afirmación en la que creen está conectada) con el objetivo de encontrar grupos o grupos dentro de esta red donde hay un alto nivel de acuerdo sobre ciertas afirmaciones.
“Aquí, ‘p’ representa una fracción de la población y ‘q’ una fracción de las reclamaciones”, explicó Whiting. “Luego, el marco calcula la proporción de reclamaciones q que son compartidas por una cierta proporción de personas p”.
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Prensa LOV/Carmen Cecilia Guerra